viernes, 3 de febrero de 2017

Mi relación con las matemáticas:

Antes de hablar de discalculia y matemática, creo que es menester comentar acerca de mi propia relación con las BENDITAS Matemáticas.
El presente es el testimonio personal de alguien que, cuando niño, creyó que no nació para la matemática. Constantemente me veía enfrentado al fracaso escolar por culpa de la matemática.
Ahora desde la perspectiva adulta, podría hacer una crítica objetiva, la matemática la observaba como un juego que me retaba a pensar a analizar, pero el problema al que constantemente me veía enfrentado era a mi propia vehemencia, veamos tres elementos importantes de mis problemas con las matemáticas:
  1. Copiaba mal los números de la pizarra porque siempre quería ser el primero en terminar el ejercicio, al final hacia bien el procedimiento, pero al cambiar los números de la pizarra el resultado, obviamente me iba a salir mal.
  2. Omitía algún dato importante del problema que me planteaba y (otra vez) al querer ser el primero en resolverlo, me salía un resultado opuesto al correcto.
  3. Nunca me aprendí las fórmulas y siempre trataba de usar mis propios medios de resolver los problemas, a veces me ligaba pero la más de veces NO.
Estos son los tres graves problemas que tuve y mantuve durante toda mi periodo escolar. Pensé que la matemática era negada para mí. Pero, pero, la vida (al final de esa época) tuvo la delicadeza de darme una oportunidad para resarcirme con esa tara que arrastraba:

5to de Secundaria, año 1983, quinta nota. Me había pasado todo el año relajado en el curso y al final del 4to bimestre hice una somera evaluación, a ver: tenía 09, 11, 10 y... en el 4to periodo ¡Me había sacado 09! Desgracia, iba a estar jalado por primera vez en mi historia escolar en ¡Matemáticas! ¡No podía ser! a ¿Carlos Benavides? ¡No! ¡No puede ser! tuve un conflicto existencial tremendo que hizo replanteara mi situación, no iba a permitir semejante ignominia y, gracias a que ése año se instituyó la famosa 5ta nota, lo tenía que evitar a toda costa.
Pasé revista de la situación: tenía un libro de matemáticas que pocas veces usé durante el año, y además, un cuaderno de 200 hojas y que había usado hasta la mitad, me puse a practicar obstinadamente mañana, tarde y noche durante una semana completita. Se me acabó el cuaderno, me compré otro de 50 hojas el cual también llené de prácticas y más prácticas.
Llegó el día del examen y yo seguía practicando en el aula. Entró el profesor, yo me senté (como nunca) en ésa ocasión en primera fila, listo para hacerle frente a esa batalla. El profesor me observaba como a un bicho raro puesto que seguía practicando como loquito. Empezó el examen, no sé que veía el profesor, pero, mientras mis compañeros jalados (como yo) seguían en la luna, yo estaba ejecutando todos los problemas planteados en el examen, afiné al máximo mi atención para no equivocarme en copiar ningún numerito y menos comerme algún signo. Ahí estaba yo, un reconocido alumno relajado y poco atento en la matemática, trabajando como el más aplicado de todos. Imagino que al profesor le causó extrañeza ya que, en medio del examen se acercó a mi mesa y me dijo:
- Benavides, a ver enséñame tu cuaderno - y yo prestamente se lo dí. El profe revisó atentamente y, obviamente, se sorprendió que hubiera llenado el cuaderno con cientos de ejercicios desordenados y que él no había dejado. - ¿tú hiciste esto? me pregunto - Sí -respondí e inmediatamente saqué el cuadernito de 50 páginas que también había llenado. - y éste también - le dije entregándoselo. El profesor revisaba y asentía con una cierta sonrisa complaciente.
Me devolvió mis cuadernos. Asintió con su mirada y me dijo: - Veremos como saldrás.
Fui el primero (para variar) en acabar el examen y salí al patio a esperar. El profesor tenía que revisar ahí mismo y decirnos nuestra nota. Volvimos luego de dos horas al salón, y el profesor me llama primero y me dice: ¡Felicitaciones! te sacaste 20, si todo el año hubieras trabajado así Benavides. recibí el examen y mi autoestima no cabía en mí. Era el primer 20 que me sacaba y ¡en matemática! de no creer. 
Esta experiencia personal me sirvió para probarme a mí mismo que sí yo quería saber sobre la problemática matemática ¡Sí podía! por supuesto que, el grado de animadversión hacia ella que tenía en mí no disminuyó, seguí apartado de la matemática, pero ahora con clara conciencia  que no es que no la entienda o que sea imposible para mí, si no que simplemente: no le tengo paciencia.

1 comentario:

  1. Interesantes temas Carlos, como docentes debemos estar atentos a estos problemas de aprendizaje de nuestros niños.

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